20 de febrero de 2007

border stories

in/out lines

En la línea fronteriza. Un sol pegador y una fila de no menos hora y media. Ni modo, lo que hay que soportar por esa necedad de conseguir el último ejemplar de Dazed and Confused y husmear en los used bins de ciertas tiendas de discos. El tiempo transcurre, como siempre, despacito pero el avance, para mi grata sorpresa, es más o menos rápido para este día y hora del weekend.
La plática aligera la espera. Adelante, mexico-americanos que llevan a algún suburbio sandieguino su dotación de galletas Gamesa; atrás, un grupo de europeos hablan a veces un inglés con fuerte acento y otras, su francés nativo. Sin querer escuchó las conversaciones de unos y otros. Es eso o conformarme con ver el pasar de los autos porque este sábado he decidido cruzar solo.
Llegamos al punto donde se encuentra el primer guardia americano. Instintivamente reviso mi cartera: quiero confirmar que si traigo el pasaporte. Yeah, ahí está mi visa, encerradita en su sobre protector en el que me la entregaron hace años. Respiro algo más tranquilo y avanzo.
Estamos ya en las instalaciones de USA. Los letreros prohibiendo el loitering ya están, por lo menos, mejor traducidos (aunque «violators» sigue siendo el equivalente a «violadores»). Es chistoso ver como la gente baja la voz, apenas habla y se mueve muy lento como cuando no quiero llamar la atención. La línea, de alguna forma, nos apacigua.
No Cameras. No Photos. Todo acto, todo movimiento, toda conversación está siendo grabada. Lo sabemos, cada vez nos acostumbramos a esa mirada que no vemos pero que está siempre presente. En una línea siempre vigilada, todos somos sospechosos.
Hacer fila, esperar, caminar, cruzar es para nosotros es tan sólo un trámite, perder el tiempo en una especie de limbo/zona gris/espacio muerto/un no lugar que, sin embargo, modifica todo nuestro actuar antes de entrar a eso que, anuncian, es el paraíso.
Otros no lo logran. Son detectados con pasaportes falsos, permisos vencidos, errores en los documentos, identidad robada. A veces, como este día, los vemos formados en otra línea, dentro del mismo espacio, en dirección contraria. Apenas hablan, se mueven muy lento, como no queriendo llamar la atención de nosotros, los que estamos casi enfrente.
Una familia con las manos unidas en la espalda, uno tras otro. Los padres al frente de la fila, los hijos adolescentes en medio y atrás, los más pequeños. Todos cabizbajos, queriendo esconder el rostro entre el cuello de la chamarra Nike o sudadera de The Gap, viendo como un shoegazer del ochenta y cinco las cintas de sus tenis comprados en algún mercadillo tijuanense.
Enfrente, todos callamos porque sabemos que podríamos ser nosotros. Yo, con mi oido de tísico, alcanzó a escuchar a uno de los franceses explicarle a otro: The official gives back them to where they belong.
Cinco minutos después, estoy comprando el ticket del Trolley, el downtown sandieguino me espera.

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